Historia de la Peluquería


Historia de la Peluquería

 

 

La Prehistoria.

 En nuestros días, todavía algunas de las consideradas culturas primitivas consideran que el alma de cada persona se encuentra en su cabello.

 

La importancia mágico-religiosa del cabello propició que ya en tiempos remotos su cuidado tuviera una considerable importancia en muchas sociedades.

Es posible que la primera herramienta usada por el hombre para cortarse el cabello fueran las lascas extremadamente afiladas de piedra de sílex, resultantes del laborioso proceso de obtención de material cortante a partir de golpear unas piedras con otras. El corte de pelo se debía indudablemente a cuestiones prácticas o ceremoniales y nada tenía que ver con los motivos únicamente estéticos de épocas posteriores.

Espinas de pescado, dientes de animales y ramitas secas de plantas diversas fueron los primitivos peines de aquellas gentes, que se supone que incluso llegaron a utilizar sangre, grasas y tintes vegetales como colorantes para teñir sus cabellos, siempre por motivos rituales.

 

Egipto.

 

El clásico peinado de las mujeres egipcias de los grabados: Melenitas completamente lisas, colores negro azabache y decorados con finas diademas o con hilos de piedrecillas brillantes o de colores.

Por otra parte los sacerdotes de determinadas castas podían raparse completamente el pelo o, por el contrario dedicarse a cultivar largas y cuidadas melenas. Así pues, podían diferenciarse los oficiantes del culto a uno u otro dios, entre otros detalles, por la clase de peinado o peluca utilizados.

La elaboradísima cultura egipcia fue de las primeras en considerar el cabello un elemento fundamental de la belleza física y lo trataba ya con funciones estéticas, a pesar de que tuviera también usos sociales y religiosos.

Pelucas y tintes se consideran inventos pertenecientes a la cultura de las pirámides, y es a ellos a quien se debe la utilidad de la henna en coloración capilar, usada todavía hoy para obtener tonos rojizos y caobas.

 

Grecia.

 

Los griegos convirtieron el culto a la belleza en uno de los pilares de su cultura. Los peinados que triunfaron en sus días eran extremadamente elaborados y llenos de detalles.

Al contrario que los egipcios, los griegos adoraban el movimiento expresado a través de múltiples rizos y ondas. Gracias a estatuas y monumentos funerarios se han podido observar detalles de mechones cortos rodeando la frente y melenas largas y recogidas a base de cintas, cuerdas, redecillas y otros elementos decorativos. También para los hombres el cabello rizado se consideraba exponente de la hermosura.

En Grecia, como en Egipto, los esclavos eran los encargados de mantener lo más hermosas posible las cabezas de sus amos. Pero Grecia aportó un elemento nuevo: los salones de belleza, dónde se peinaban y arreglaban las cabezas más selectas. Otra de las innovaciones de la época vino de la mano de Alejandro Magno, que a consecuencia de sus conquistas en Oriente, aportó toda clase de recetas mágicas para teñir y dar forma al peinado, fórmulas de unos cosméticos que empezaban, en aquel entonces, a ver la luz.

Los íberos.

Sólo nos han llegado testimonios a través de estatuillas de damitas, a partir de las cuales se ha podido descubrir la enorme influencia de la cultura griega. Así, se observa una deliciosa mezcla entre lo autóctono y lo importado que muestra, por ejemplo, objetos de tocado similares a ruedas, que algunos expertos han identificado con pelo trenzado, enroscado y cubierto de tela. Además de complementos como mantillas y peinetas, que tanto se identifican, todavía hoy, con la cultura hispánica, los íberos utilizaron también los elementos de peluquería propios de los griegos de la época: esto son cintas, redecillas y diademas a modo de corona.

Los pueblos bárbaros.

Los pueblos a quienes los romanos denominaron bárbaros fueron en cuestiones de peluquería, como en muchas otras, gente eminentemente práctica. Los cabellos largos y sucios podían llegar a ser realmente molestos y siendo pueblos humildes y poco dados a valorar y considerar criterios estéticos hicieron de las trenzas y las colas de caballo sus peinados insignia. Guerreros y cazadores, poco dados a cultivar las artes, no podían entretenerse en rizar, colorear o decorar sus cabellos. Así que en algo coincidieron los hunos que venían de Oriente con celtas y vikingos del Centro y Norte de Europa: el cabello largo y trenzado (negro en los primeros y rubio o pelirrojo en los otros).

 

Roma.

 

Entre las múltiples adopciones culturales que los romanos tomaron de los griegos, se encuentran, como no, los criterios estéticos, y entre ellos el de mostrar cabellos lustrosos y peinados elaborados y con infinidad de detalles. El cabello era corto para los hombres y solía sujetarse con una cinta. Las mujeres podían dejar caer su cabello rizado, en forma de tirabuzón o ligeramente ondulado, o bien recogerlo en moños sobre la nuca, que envolvían con redecillas y cintas del mismo modo que anteriormente hicieron las griegas.

Pero el Imperio Romano no sólo tomó ejemplo de la cultura griega, sino que también se fijó en los hermosos cabellos rubios de los pueblos del norte a los que Julio César hizo cautivos. El impacto de ese nuevo tono causó un gran efecto en las mujeres y se empezaron a realizar pruebas para aclarar el cabello, entre las que se popularizó el compuesto de sebo de cabra, ceniza de haya y flor de manzanilla, pese a que resultaba nefasto para la salud de las ya castigadas melenas. Quizá por este motivo, o porque resultaba más práctico, se popularizaron las pelucas elaboradas con cabello de prisioneras. Los salones de peluquería eran ya un negocio, aunque en aquel entonces no existían de modo global como en la actualidad sino que se organizaban por especialidades. En unos se realizaban peinados, en otros se daba color, en otros se hacían pelucas o postizos... no fue hasta cientos de años más tarde en que se consideró el hecho de que, al tratar todos con una misma materia prima, el cabello, lo mejor era unirse para dar un servicio completo. Las barberías, existentes también en época helenística, se convirtieron en centros de encuentro y charla mientras auténticos profesionales se encargaban de arreglar cabellos y barbas.

Edad media.

El declive del Imperio Romano dio paso a dos periodos de la historia totalmente contrapuestos: la Edad Media, en que la pobreza y la austeridad caracterizaron una sociedad eminentemente rural, falta de todo tipo de recursos y muy controlada por una religión casi asfixiante a la que se tenía más miedo que respeto, y el Renacimiento, una etapa donde se encontró un espacio más abierto al pensamiento y las Artes, en que se empezó a recuperar parte de la riqueza económica y cultural perdida durante el largo paréntesis medieval. El entorno de estas dos épocas se vio, evidentemente, reflejado en la estética y la moda de la sociedad del momento.

 

La Edad Media (siglo VII - siglo XV).

 

En un pueblo falto incluso de los recursos más básicos, la austeridad extrema triunfó sobre los afeites y la coquetería.

Sólo en la Corte y los pequeños entornos de los señores feudales se mantenía un nivel de vida que permitía unos mínimos retoques estéticos, que, eso sí, solían limitarse a recogidos en las melenas de las damas.

Una religión apremiante que prohibía todo tipo de frivolidad jugó también una mala pasada a aquellas más presumidas que pudiesen intentar arreglarse de un modo más original que el estrictamente permitido.

Teñirse el cabello dejó de ser material y moralmente posible. Sin embargo, las mujeres debían llevar el cabello largo y bien recogido, tal como marcaba la Iglesia, lo que obligó a agudizar la imaginación para crear todo tipo de moños y trenzas. La única manera de proteger el cabello de la suciedad y los piojos era cubrirlo convenientemente, por lo que se generalizó el uso de capuchas, velos, gorros y sombreros, en invierno y en verano. Las mujeres intentaban arreglarse de la manera más coqueta posible sin salirse de las reglas estrictamente indicadas. Las más humildes tejían en sus cabellos trenzas de todo tipo que generalmente nunca dejaban caer, sino que se enroscaban encima o alrededor de la cabeza formando originales recogidos. Sus únicos recursos para hacerlo eran peines de madera e hilos de lana.

A menudo, se usaban flores como ornamento, pues era lo único que tenían a su alcance. La raya en medio era lo más convencional y no solía haber tiempo ni ganas para hacer nada que se saliera de lo establecido. Para la gente del pueblo resultó una época oscura y demasiado dura para pensar en la belleza física

Las clases más afortunadas disponían de joyas e incluso diademas, aunque la principal diferencia, única aportación de la época al sector de la peluquería, fue la aparición de los tirabuzones, que hasta ese momento no adquirieron consistencia como peinado, aunque no fue hasta mucho después, en el Barroco, cuando realmente se popularizaron. En palacio, también se seguían las normas sociales, pero los recogidos eran mucho más sofisticados, incluyendo a menudo cuentas y todo tipo de piedras para decorarlos.

Los velos de finas telas substituían las capuchas y gorras del pueblo llano y las damas de la corte tenían capacidad para permitirse algunas frivolidades, impensables en otros estratos de la sociedad de la época.

 

El Renacimiento (s. XVI - s. XVIII).

 

El culto a la belleza personal fue uno de los valores de la época clásica que se recuperaron durante el Renacimiento.

El afloramiento de una nueva economía y el interés y preocupación por volver a un modelo de sociedad más civilizado hizo restablecer el valor del aseo y el cuidado personal. En la Corte se crea moda y aparecen otra vez especialistas del peinado que evolucionan en formas e ideas intentando recuperar los antiguos tocados de las épocas griegas y romanas.

Los accesorios proliferan y aparecen los postizos, especialmente en forma de trenzas y moños muy elaborados.

Además redecillas, coronas y joyas entrelazadas se extienden no sólo por la Corte, sino entre las florecientes clases urbanas.

Italia vuelve a ser el centro de las miradas europeas e impone su gusto y sus ideas de tendencia decorativista y refinada a la mayor parte del mundo occidental de la época.

De esta manera se expanden los peinados de las casas venecianas y la moda de teñir el cabello en tonos rojizos, para lo que se empleaban mezclas de sulfuro negro, miel y alumbre con las que se embalsaban las cabelleras y posteriormente se exponían al sol para potenciar la acción de la fórmula.

Nació en estos momentos la pasión por cambiar el color natural de la melena de las mujeres, y se popularizaron también el rubio ceniza, el ‘hilo de oro’ y el color azafrán.

En pinturas hechas por los grandes maestros de la época se pueden apreciar con todo detalle los complicados peinados y recogidos que se estilaban, plasmados en tela con toda claridad.

Trenzas anudadas encima de la cabeza o a los costados han perdurado desde la etapa medieval, y sin embargo, a diferencia de los años anteriores, ahora son decoradas con todo aquél complemento que se pueda imaginar. A pesar de esto, el buen gusto y la prudencia son muy bien considerados en la época, con lo que la elegancia prima por encima del recargamiento que será propio de etapas posteriores: el barroco y el rococó.

 

La época del Barroco.

 

Los siglos XVII y XVIII, fueron los de la riqueza decorativa, las exageraciones, la búsqueda del efectismo. En la Corte se dedicaban más a las fiestas, los bailes y la diversión en general que a la política, lo cual supuso una etapa de monarcas despreocupados por los asuntos de Estado pero sumamente interesados en su apariencia física y todo lo relacionado con la belleza y la estética en general.

La moda se desarrolló dando lugar a nuevas prendas como la casaca, el calzón que caía bajo la rodilla, esbeltos zapatos, sombreros adornados con plumas y exagerados cuellos con encaje.

Pero sin lugar a dudas si algo caracteriza el look de la época son las pelucas, mediante las cuales se diferenciaban las clases sociales. Su aparición fue fomentada por Luis XIV de Francia, que deseaba ocultar al precio que fuera su incipiente calva, pero rápidamente se extendieron por la Europa continental y, posteriormente por Gran Bretaña; a pesar de que en un primer momento se vieron como una más de las excentricidades de la Corte.

En pelucas y peinados se reflejaron los gustos estéticos del momento, por lo que, aunque parezca increíble, en ellos se puede observar monumentalidad, espectacular y recargada riqueza decorativa, expresividad, etc.

Así se mezclaban con el cabello joyas, gasas, plumas, flores, cintas y elementos inimaginables, de manera que una peluca podía llegar a ser la maqueta de un castillo o de un barco. A más espectacularidad, mayor prestigio se ganaba socialmente, de manera que esta suerte de peinados llegaron a obligar a las damas a agacharse para entrar en las carrozas.

Burguesía y nobleza empleaban todos sus recursos a dar la mejor imagen social. Sin embargo, se suponen tiempos en que la higiene no se consideraba una facultad indispensable y la idea de que la limpieza evitaba enfermedades aún no se había extendido, por lo que los recargados peinados y las voluminosas pelucas se suponen llenas de piojos, o, como mínimo, verdaderamente grasientas.

El rizo durante el barroco, y los tirabuzones, que triunfaron definitivamente en la época del rococó, empezaron, por primera vez, a crearse de manera artificial, mediante palos cilíndricos que luego se sometían al calor de hornos de panadería o incluso, fraguas. La técnica perduró y, siglos más tarde, en ella se basaron las primeras permanentes en caliente.

Con la llegada de la Revolución Francesa, en 1789, finalizó la ostentación de estos siglos, y la sencillez y la comodidad a las que las clases bajas nunca habían renunciado, se impusieron por encima de las costumbres sofisticadas, que fueron despreciadas por los revolucionarios. Las pelucas desaparecieron por completo y volvió el gusto por el pelo natural. Y es que, como todo, la peluquería también se rige por ciclos.

Siglo XIX época de cambios.

En la sociedad, ambas tuvieron una consecuencia clara: la sencillez era la línea a seguir en todos los sentidos para señalar la amplia distancia que separaba las nuevas costumbres de los antiguos excesos de la Corte.

Así, las grandes pelucas y los abalorios de fantasía quedaron relegados por un largo periodo de tiempo.

El siglo XIX. Aparecieron así los peluqueros, que trabajaban sobretodo a domicilio cuando lo hacían con la burguesía, desplazándose a trabajar al hogar de las clientas. Se asentó definitivamente el oficio, el de expertos en cabello que lavaban y sobretodo peinaban a grupos de clientas a cambio de una remuneración económica; a diferencia de los antiguos peluqueros de la Corte que solían ser doncellas u otros sirvientes que aprendieron la profesión o bien artesanos o sastres que confeccionaban pelucas.

Los caballeros sin embargo, cortaban su cabello en el barbero, sin decidirse todavía a ponerse en manos de los estilistas que trataban a las señoras.

Las mujeres de las clases sociales más humildes empezaron a trabajar en fábricas y en algunos oficios artesanales, buscando lo más sencillo y práctico sujetaban sus cabellos, sobretodo en moños, que empezó a considerarse el peinado más decoroso del momento.

También las burguesas adoptaron este peinado, que reflejaba el espíritu de sencillez que predominaba en el momento. Cubrirlo con el sombrero adecuado al salir a la calle se convirtió en el máximo adorno para estos moños sujetos en la nuca y a menudo cubiertos por redecillas.

Pero la auténtica revolución de la peluquería en esta época la provocó la aparición del agua oxigenada en 1867. Lo que hasta entonces habían sido recetas auténticamente peligrosas para la salud del pelo y el cuero cabelludo pasó a convertirse en un proceso de decoloración mucho más sencillo y seguro. La coloración vivió otro avance espectacular casi a las puertas del S. XX cuando aparecieron los primeros colorantes sintéticos. Y aunque sólo las clases más favorecidas hacían uso de ellos y que tampoco fueron recibidos con gran entusiasmo, significaron la primera semilla de un producto que sin duda ha evolucionado en 100 años más que ningún otro de los utilizados en esta profesión.

 

El Siglo XX-I (1900-1930).

 

El pasado siglo fue el que dio el empujón definitivo a la peluquería profesional. A pesar de que ya había hecho sus primeros pinitos unas décadas antes, fue en el siglo XX cuando surgieron los salones de belleza dedicados exclusivamente al cabello, cuando estos se acercaron al pueblo, cuando los productos específicos dejaron de ser artesanales y aparecieron las grandes firmas, cuando hombres y mujeres decidieron dedicar parte de su presupuesto familiar a arreglar su peinado y cuando surgieron las escuelas y los estudios de peluquería.

Pero si hay un hecho verdaderamente destacable fue el acontecido en los años veinte: las mujeres se cortaron el pelo corto. Con la incorporación de las mujeres al trabajo, éstas habían dejado de peinarse solamente para arreglarse y habían empezado a buscar la comodidad. La evolución lógica de la búsqueda de lo práctico fue cortarse el pelo como un hombre: surgió el estilo garzon. En ese momento cortarse el cabello se convirtió en todo un símbolo de la mujer moderna. Inicialmente hubo quien consideró que el pelo corto femenino sería una moda pasajera, pero realmente se convirtió en una opción más, y una opción que siempre ha seguido ligada a las mujeres emprendedoras, atrevidas, independientes y modernas.

Pocos años después empezaron a surgir en Europa y Estados Unidos los primeros sindicatos y asociaciones de peluqueros, sentando otra de las bases de lo que es la peluquería hoy en día.

En estos emocionantes años de principios de siglo otro invento revolucionó la peluquería: de la mano de Carlos Nessler apareció la permanente en caliente, y los rizos ‘artificiales’ causaron furor durante décadas y en diversas formas y estilos.

Nos encontramos pues ante el nacimiento de la peluquería tal como la entendemos hoy.

 

El Siglo XX-XXI (1930-1960).

 

La época dorada de Hollywood, la de lo que hoy son los clásicos del cine, influirá en todos los aspectos de la moda. En peluquería, las grandes ondas en el más puro estilo Vivien Leigh, Maureen O’Hara o Rita Hayworth se convirtieron en el máximo exponente de la elegancia. Sin embargo, si un peinado creó escuela fue el llamado ‘Peek-a-boo-bang’ consistente en una abundante masa de cabello rubio platino ondulado que tapaba un ojo, popularizado por uno de los grandes mitos del celuloide: Veronica Lake. Tal fue el éxito de su look que el Departamento de Guerra de los EEUU exigió a la Paramount la prohibición del célebre peinado de la diva, puesto que, según ellos, las chicas que trabajaban en las fábricas de armamento lo estaban imitando y, al llevar un ojo tapado, se estaban produciendo numerosos accidentes.

Pero si hubo una actriz que determinó el tipo de trabajo que se realizaba en peluquería ésa fue Marilyn Monroe. La rubia más sexy de la historia podría considerarse un fraude, puesto que es bien conocido que su color natural de cabello era castaño. Aún así, fue tal el éxito que consiguió tiñéndose de rubio platino, que miles de mujeres de todo el mundo no dudaron en emularla, intentando acercarse a la imagen de la seductora actriz.

Fueron tiempos de melenas rubias y onduladas, aunque no todo eran cascadas de cabello cayendo encima de los hombros. Los grandes crepados eran habituales en las calles, y las peluquerías tenían mucho más trabajo peinando que cortando o tiñendo.

En lo que a productos se refiere fueron los años de mayor auge de lacas que debían mantener intacto el laborioso trabajo de los peluqueros.

Cualquier mujer que se prestara debía acudir al salón como mínimo una vez por semana, aunque en la alta sociedad no resultaba extraño hacerse peinar a diario por un especialista.

Las medias melenas con puntas graciosamente inclinadas hacia fuera o las melenitas cortas con mucho volumen triunfaron también, siempre gracias a abundantes cantidades de fijación.

Entre los hombres fue más la música que el cine lo que popularizó determinados peinados, así en los ?50 se extendió por todo el mundo el mítico tupé de Elvis, sostenido gracias a fuerte gomina (entonces brillantina). Anteriormente, sin embargo, era el pelo corto de estilo militar lo que más se había llevado, cómodo y práctico, el look se popularizó especialmente durante la guerra y la posguerra. En las grandes ciudades se completaba gracias también a la brillantina, usada en este caso para que ningún pelo se despegara de la posición exacta en la que el peine lo dejaba.

Los medios de comunicación (revistas gráficas, cine y televisión) han sido claves pues desde ese momento para la internacionalización de determinados looks. Nace la auténtica pasión por la moda y el culto a la imagen vigente aún en nuestros días.

 

El Siglo XX-XXI (1960-1980).

 

En los años ‘60 y ‘70 se vive una auténtica revolución en lo referente a la moda del cabello. El peinado se convierte en una de las más características señas de identidad de cada persona, y especialmente los jóvenes lo convierten en el santo y seña de su grupo o ‘tribu urbana’, de manera que les identifique con unos determinados ideales o convicciones, o les encuadre como seguidores de unas tendencias concretas.

Así, los ‘rockabilies’ que habían surgido en la década anterior se peinarán con un tupé al más puro estilo Elvis y lo perpetuarán hasta los años ‘90. Los seguidores del movimiento ‘beat’ imitarán a ‘The Beatles’ con sus melenitas y flequillos escandalizando a propios y extraños con lo que entonces se consideraba una melenita demasiado larga para el público masculino. Pero en los ‘70 llegó la auténtica revolución de forma y color: el glam, con David Bowie en cabeza, propulsó el mullet (flequillo muy corto y pelo más largo en la nuca) que llegó a evolucionar hasta límites insospechados con el movimiento punk que construyó altas crestas de colores estridentes sobre una base de mullet. También en los ‘70 escandalizaban los rastas, que siguiendo los dreadlocks de Bob Marley triunfaron inicialmente entre el público afro-americano, aunque en los ‘90 se popularizaron a todo tipo de público joven, incluyendo a las chicas que en un primer momento se habían mostrado más reticentes a adoptar este peinado.

Por su parte el movimiento hippie y posteriormente el grunge, propulsaron una moda ‘anti-peluquería’ en la que lo que se priorizaba era un pelo descuidado, largo y caído de la manera más natural posible. Para los pseudo-seguidores de estas tendencias fue necesario sin embargo un buen trabajo de salón, para conseguir un aspecto descuidado en lo que realmente era un cabello bien tratado.

Sin embargo si hay dos peinados a resaltar de la moda cabello de los años ‘60 y ‘70 que se popularizaron de manera desorbitada, estos fueron la permanente y el bob. Los rizos exagerados a lo ‘Jackson Five’ y el peinado de ‘corte de paje’ que presentó inicialmente Vidal Sassoon, supusieron dos de las grandes fuentes de ingresos de los salones en esas dos décadas y la mayor parte de la posterior.

Ambos buscaban algo que ha caracterizado la moda cabello de la edad contemporánea: la comodidad, no sólo al llevarlo, sino al peinarlo. La mujer trabajadora del S. XX necesitaba levantarse, ducharse y estar arreglada en el mínimo tiempo posible, y estos dos peinados le suponían esta ventaja.

 

Siglo XX- XXI (1980-2000).

 

En los años ‘80 empezó, sobre todo en nuestro país, donde se gozaba de una recién estrenada democracia, el mundo tal y como lo conocemos hoy en día. Las dos últimas décadas del S. XX supusieron una introducción perfecta a la dinámica del siguiente milenio, y, en palabras de Raffel Pagés’, la obsesión estética se compagina con la victoria femenina sobre las grandes batallas sociales, políticas y personales’.

Las mujeres quieren demostrar más que nunca que su profesionalidad no está reñida en ningún caso con su belleza y los cuidados que esta necesita. A su vez, el hombre no querrá ser menos, y empieza también a preocuparse cada vez más por su físico, a utilizar productos cosméticos, a seguir las tendencias de la moda y a no avergonzarse de dedicarse a los cuidados personales.

A partir de este momento, en peluquería se empiezan a crear ‘tendencias’, es decir que los estilistas ‘proponen’ determinadas pautas de moda, pero sin ‘imponerlas’. Las tendencias forman corrientes a seguir que permiten que cada cual adapte a su gusto las propuestas de cada temporada. Color, textura, medida del cabello... quedan al gusto del consumidor. Así en los ochenta se llevaban los cabellos ondulados ligeramente, y en los noventa triunfaron los desfilados, los escalados y finalmente las extensiones, pero cada cual dio a estas ideas su toque personal.

 

El S. XX-XXI. Los inicios del nuevo milenio.

 

Los pocos años de este nuevo milenio marcan un camino en el mundo de la peluquería que ya había empezado a ser trazado en la última década del S. XX.

La mezcla de culturas, de estilos, el cambio constante, el atrevimiento ante formas y colores ha abandonado las pasarelas y las páginas de las revistas y ha invadido las calles.

Los grandes ídolos estéticos masculinos suelen surgir del mundo del deporte, por lo que los looks que lucen futbolistas o jugadores de baloncesto son imitados por miles de chicos de todo el planeta. Entre ellas siguen triunfando como ejemplos a seguir cantantes, actrices y top-models, los estilistas de las cuales cogen sus ideas de la calle para aplicarlas en pantallas y pasarelas, popularizarlas y finalmente extenderlas por los diferentes países de todo el mundo.

Todas las barreras geográficas han quedado destruidas y la comunicación circula a gran velocidad, provocando que modas y tendencias no duren más de una temporada.

Las extensiones fijas o de quita y pon, los baños de color, los postizos, los tintes de alta calidad que no dañan el cabello, las ceras, geles y espumas que texturizan y dan formas, los accesorios y complementos, los protectores solares y todos y cada uno de los productos que pueden encontrarse en el mercado formulados y/o diseñados para el cabello han convertido lo que era un lujo en una necesidad, y la industria de la belleza se ha entrado en la mayoría de hogares.

Jóvenes y no tan jóvenes reservan una parte de su presupuesto mensual a cuidar su cabello, a hacerlo cambiar, a colorearlo o darle forma... Empieza el milenio de la peluquería, el tiempo en que las barreras han sido derrocadas y cualquiera de los estilos que a lo largo de los siglos anteriores han triunfado ahora se puede ver en las cabezas de los/las más atrevidos y vanguardistas

 



Ruben Urbano, Creador de la Técnica de Corte de cabello para Hombres CMAP (CORTE MICROMÉTRICO DE ALTA PRECISIÓN)

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